BARCELONA AL DÍA
La felicidad de los esqueletos
En una sociedad libre como la catalana hay cosas que es absurdo decir, como lo de las embajadas o el castellano en la intimidad
Ayer leí La Vanguardia y así me pude enterar de que se habían hallado tres esqueletos romanos en la Plaza del Pedró, la noticia más relevante de cuantas daban en el diario. Al parecer, llevaban allí el suficiente tiempo inmóviles para deducir que no eran usuarios de la línea de autobuses 66, no tanto por el tiempo de espera (cualquier día encontrarán algún esqueleto con el bonobús en los metacarpios), sino por el mero hecho de que el 66 no pasa por la plaza Pedró.
En El Mundo tuve ocasión de leer la noticia de que «El Govern gasta 890.000 euros en alquilar sus oficinas de París y Nueva York». Se refiere a esas famosas «embajadas» de Carod-Rovira para que Cataluña tenga «embajadores» como sin duda se merece. También se deja caer en la noticia que hay otras oficinas en Berlín (más baratilla), en Londres y en Buenos Aires.
Conclusión: qué fácil es procurarle al lector infelicidad... ¿Es preciso sacar a la luz todo ese gasto ahora que el Gobierno de Artur Mas está desmontando camas de hospital como si los hubiera contratado el servicio de montaje de Ikea?, ¿no es mejor poner el acento en los esqueletos, en el esperanzador eje mediterráneo, en el hallazgo de Duran i Lleida del trabajador autónomo o, incluso, en la visibilidad de la paz en el País Vasco?
Lo que quiero decir es que no somos más felices porque no queremos. Bastaría con detenerse (un poco) en Bertrand Russell para encontrar el modo: primero, es muy útil evitar aquello que nos causa desgracia; en este caso, la cosa está clara: ¡anda que no hay noticias saludables en la prensa dócil y bien alimentada! Y luego, pues dirigirse a lo que nos ayuda a ser felices, como el reconocimiento o el equilibrio con nuestro paisaje...
Y sobre esto, ponerse a contraluz del paisaje placentero, tenemos el reciente caso de Gerard Quintana, líder de Sopa de Cabra, que le confesó al joker (siempre risas) Albert Om que habla en castellano en casa con su mujer y con sus hijos. ¿Son o no son ganas de caer en desgracia? En una sociedad libre como la catalana hay cosas que es absurdo decir, como lo de las embajadas o el castellano en la intimidad.
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